La tristeza es una emoción que a muchas personas nos causa resistencia, no encontramos el momento de estar tristes.
A veces se te pone un nudo en la garganta o esa nube gris encima de la cabeza que no te da tregua… pero rápidamente tragas saliva o piensas en otra cosa porque no tenemos tiempo de estar tristes, no nos viene bien que nos caigan cuatro lagrimas o sentirnos invadidos por la pena. Así que lo posponemos para una mejor ocasión, tal vez un ocioso domingo por la tarde.
El reprimir estas emociones negativas, o socialmente no acogidas, nos va alejando poco a poco de nuestra parte emocional
El reprimir estas emociones negativas, o socialmente no acogidas, nos va alejando poco a poco de nuestra parte emocional y con ello de lo que somos, de lo que sentimos. Tal patrón de conducta hace que nuestros pensamientos, nuestra parte más racional, pase a guiar nuestra vida dejando de lado la parte emocional. Perdemos el equilibrio entre ambas dimensiones y de algún modo dejamos de funcionar bien.
Las emociones tienen su función, que no es otra que expresar lo que sentimos; si nos negamos esto por las razones que sean, poco a poco nos negamos a nosotros mismos.
Algunas creencias que acompañan este patrón de evitación de la tristeza pueden ser: si me dejo caer en ella no voy a ser capaz de salir, no me sirve de nada estar triste, si me pongo triste pierdo el tiempo, o cuando me entristezco no me quieren.
Sin embargo, si aceptamos la tristeza cuando llega tiene un poder de aprendizaje inmenso.
Transformemos ese miedo a sentirnos tristes y dejemos que se desarrolle naturalmente porque es real que sentimos tristeza y es sano expresarla.
En mi experiencia la tristeza produce una conexión con la realidad. Cuando aceptas esas partes de la realidad que tratas de negarte y le das ese espacio a la tristeza viviendo la emoción, te estás permitiendo ser. La tristeza puede formar parte del proceso de aceptación de esas partes de nosotros mismos que no nos gustan o de las situaciones que no nos hacen sentir bien. Y entiendo aquí la aceptación no como resignación, sino como capacidad de ver la realidad y con este aprendizaje dar lugar al movimiento o al cambio.
Aceptar una situación que vivimos pero no nos gusta puede causarnos mucha tristeza pero a la vez el propio hecho de ponernos delante de tal situación y verla nos abre caminos.
Transformemos ese miedo a sentirnos tristes y dejemos que se desarrolle naturalmente porque es real que sentimos tristeza y es sano expresarla. Escuchemosla cuando llega y aceptemos el aprendizaje.