Hace ya 40 años que habito este ser. He tenido una vida fácil, he conocido muchas personas que me han aportado muchos aprendizajes, algunas aún continúan por aquí. Siempre he tenido la sensación de tener una buena vida, me he sentido muy querida, más o menos he tratado de hacer lo que deseaba y construir mi propio camino.
Sin embargo, he vivido siempre con una insatisfacción, un vacío que no se llenaba nunca. Ningún vínculo afectivo era suficiente, ningún objetivo cumplido, ninguna cosa material. Cuando me acercaba a mis logros, cuándo cumplía mis metas, surgía un vacío, una insatisfacción que me hacía volver a empezar la búsqueda.
Hace tiempo que llegue a la conclusión de que lo me faltaba era encontrarme a mí misma, escucharme, respetarme, me faltaba cuidarme a mí misma. Todas esas cosas que yo esperaba que vinieran de fuera y que me frustraba por no recibir en la forma que yo deseaba, estaban en mi mano.
Cuando sentí que nada fuera de mí iba a llenar nunca ese vacío, que ese no era el camino, me sumí en una profunda tristeza.
El hecho de no dar espacio a mi voz, de no poner cuidado a mis necesidades, relegar a un segundo plano mi sentir, me ha llevado a situaciones que me han causado mucho sufrimiento. Interpretar que ese vacío sólo lo podían llenar otras personas, otras experiencias, algo externo, ponía mi objetivo en la búsqueda incansable fuera de mí. Simplemente no encontraba lo que buscaba. Creía que lo que dependía de mí realmente no dependía de mí. Según el filósofo estoico Epicteto, ésta es una de las causas de sufrimiento humano.
Cuando sentí que nada fuera de mí iba a llenar nunca ese vacío, que ese no era el camino, me sumí en una profunda tristeza. Me puse en contacto con ese vacío de ser, habité una verdadera angustia existencial, me rendí y dejé de luchar por ser de otra forma, conecte con mi vulnerabilidad y ese fue el momento en el que entendí que mi vida era mi responsabilidad.
Todo lo que necesito debe brotar de mí, de la aceptación de mi propio ser, del descanso en lo que soy sin pretender siempre ser otra cosa. Esto es lo que soy y no debo ser de ninguna otra manera.
Hoy pensé que escribirme una carta de amor a mí misma podía ser un ejercicio de reconciliación y de compromiso con esta actitud filosófica encaminada a desvelar mi verdad para el resto de tiempo que estaré habitando este ser. Después me la leeré mirándome a un espejo como en la escena de la película Angel-a .
Quiero que sepas que a partir de hoy prometo quererte, escucharte y respetarte como forma de vida, prometo cuidarte, darte amor incondicional, caminar contigo respirando profundo y descansando en tu ser. Acogeré tus heridas y te amaré tal y como eres, tus sombras y tus luces tienen su espacio conmigo, tus lágrimas no deben contenerse conmigo y tampoco tu alegría, tus risas y tus miedos están aquí a salvo.
Prometo quererte, escucharte y respetarte como forma de vida, prometo cuidarte, darte amor incondicional, caminar contigo respirando profundo y descansando en tu ser
Te quiero incondicionalmente y estaremos juntas hasta el último aliento y más allá así que vamos a hacer de este camino un disfrute de ser. Trabajaremos juntas los apegos sanos y buscaremos rincones donde crecer, no vamos a aguantar la respiración y contenernos nunca más, porque no nos lleva a ningún sitio con amor. Y si no lo podemos cumplir siempre, no pasará nada, aceptaremos cuando las energías estén bajas y cuando la compresión no sea lo suficiente profunda como para aceptar las cosas.
Nos sentaremos a la orilla del mar y dejaremos que el rumor de las olas y la brisa acaricien nuestros sentidos, procurando la paz necesaria para continuar caminando. Viviremos el presente día a día impulsadas por la brevedad de la vida . Y cuando llegue la muerte aquí estaremos sin miedo preparadas para descansar en paz.
Os animo a hacer este ejercicio de escribiros una carta de amor a vosotros mismo y ver que va pasando. Todos tenemos amor para nosotros mismos. Si os animáis con el ejercicio y os apetece contarme como va, estaré encantada de leeros.