Diálogos filosóficos: Reflexionamos sobre la incertidumbre en tiempos de COVID19.

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Imagen de rottonara en Pixabay

«Vana es la palabra del filósofo que no remedia ningún sufrimiento del hombre. Porque así como no es útil la medicina si no suprime enfermedades del cuerpo, así tampoco la filosofía si no suprime las enfermedades del alma» Epicuro

El pasado 20 de marzo ante la situación de encierro provocada por el COVID19 organicé un diálogo filosófico online. La filosofía, hoy más que nunca, debe estar al servicio de todos. La filosofía como maestra de vida, acompañándonos en la reflexión acerca de nuestra manera de vivir y a través de esta reflexión encaminarnos lucidamente hacia cómo queremos vivir.

El planteamiento de este encuentro era crear un espacio seguro donde poder reflexionar acerca de nuestra relación con la incertidumbre. Para ello, indagamos en las emociones que estábamos sintiendo en ese momento y nos preguntamos acerca de nuestra relación con la incertidumbre.

En este primer encuentro pudimos encontrar palabras para describir las emociones que estábamos sintiendo y a estas emociones, el miedo, la frustración, la ansiedad, el estrés, calma, desconcierto, incredulidad, desbordamiento,intranquilidad, agobio, enfado… les pusimos voz para indagar en esa relación íntima que cada uno de nosotros tenía con la incertidumbre.

La incertidumbre es algo que nos hace sentir vulnerables, no nos permite controlar nuestro destino. Ante esta situación nuestras reacciones son muy variadas: en algunos casos esto es interpretado como una oportunidad para crecer, para conocerse en una nueva situación, en otros casos es desconfianza en lo que pueda venir, es elucubración de la fatalidad.

Las reflexiones acerca de nosotros mismos y nuestra propia relación con la vulnerabilidad en ocasiones quedaba eclipsada por otras reflexiones acerca de las consecuencias en el futuro teniendo en cuenta los hechos que observamos; una situación tan novedosa para todos que en ocasiones puede sobrepasarnos.

Esta situación de estado de alarma pone en jaque conceptos como la libertad o democracia y nos hace sentir exigidos no sólo como personas, sino además como ciudadanos. Sentimos que la cuerda democrática se tensa. Desde el punto de vista social, legal y político se producen muchos cambios que no sabemos a dónde nos van a llevar y qué consecuencias tendrán.

Observamos dos posibles reacciones ante la sensación de vulnerabilidad: por un lado nos sentimos solidarios y desde esa vulnerabilidad queremos colaborar y ayudar a quien pueda necesitarlo, pero esa vulnerabilidad en otros casos no es bien recibida y sentimos un miedo desmedido que nos lleva a reacciones cargadas de insolidaridad e incomprensión.

Vivíamos sintiéndonos seguros y confiando en un mañana similar al hoy.

Planteamos también que esta situación nos hace muy presente la incertidumbre pero también observamos que la incertidumbre antes de esta situación excepcional estaba muy presente en nuestras vidas aunque  en mayor o menor medida dependiendo de nuestras circunstancias combatíamos esta sensación con una vida que nos protegiese de la vulnerabilidad. En general no teníamos una sensación de vulnerabilidad tan a flor de piel, por el contrario vivíamos sintiéndonos seguros y confiando en un mañana similar al hoy.

A través de este encuentro pudimos compartir las inquietudes que surgieron en relación a nuestra forma de afrontar la incertidumbre, al mismo tiempo que generamos una mirada más amplia y lúcida sobre esta situación observada por tantos ojos y desde tantas perspectivas, nos sentimos escuchados y acompañados en el pensar y en el sentir.

La realidad se nos muestra desoladora ante todas esas personas, amigos, familia, vecinos, compañeros de trabajo, que nos han dejado en la mayoría de los casos sin poder despedirse, el miedo casi inevitable de las personas que están enfermas, aisladas en algún lugar, hospital, domicilio, hotel, casa prestada. Las personas que han sufrido perdidas de personas queridas, las personas que trabajan incesantemente para combatir la situación, las personas encerradas en sus domicilios, las situaciones económicas, familiares complicadas.

La realidad ha cambiado radicalmente para todos en muy poco tiempo, vamos a necesitar mucha fuerza para poder aceptar lo que estamos viviendo y convivir al mismo tiempo con la incertidumbre que genera esta realidad.

La reflexión filosófica también me ayuda en la crianza.

La crianza entraña muchas cuestiones definitivas en el desarrollo de las personas. Hacer una reflexión filosófica acerca de esta tarea tan infravalorada produce cambios muy importantes en la vida de los niños y de los adultos  responsables de la crianza. En éstas me encuentro desde que decidí ser madre y quiero compartir algunas reflexiones con vosotros.

¿De dónde parto cuando se me plantea  difícil la tarea de criar? Parto de una experiencia personal, de una mirada construida a partir de esa experiencia, parto de mi mísma de lo que me faltó, de lo que me resultó difícil encarar, de unas heridas de infancia, de un ser sin plenitud.

Proyectamos casi de manera inevitable sobre sus vidas nuestra experiencia. Conviene que seamos capaces de ver con claridad de dónde partimos, cada uno de nuestra propia circunstancia.

Hacer una reflexión filosófica acerca de esta tarea tan infravalorada produce cambios muy importantes en la vida de los niños y los adultos responsables de la crianza.

Otra cuestión bien distinta es que de nuestra experiencia hayamos creado un aprendizaje y tengamos claros algunos puntos en los que queremos poner más atención porque nos dieron problemas. Importante esta diferencia entre proyectar y aprovechar aprendizaje de experiencia vivida porque en el proyectar no se deja espacio para el niño, ahí el centro eres tú y tu dolor, y cuando aprovechas la experiencia para mirar con más atención estás dejando al niño que tenga su propio lugar.

Los peligros que temía eran justo esas proyecciones de un ideal sobre ellos, no ser capaz de ver lo que el niño necesita, saber hacerles sentir seguros, que sientan el amor en el que les criamos, que no sean niños heridos por no ser vistos en su ser, no saber dotarlos de herramientas necesarias para vivir de manera autónoma, a veces dudo tenerlas yo misma.

Conviene que seamos capaces de ver con claridad de dónde partimos, cada uno de nuestra propia circunstancia.

Sentía que para hacerlo bien necesitaba un manual de instrucciones escrito por personas que supiesen mucho del tema y seguirlas al pie de la letra para no fallar. Me documenté mucho, me hice con libros, teorías pedagógicas, todos los temas de la crianza me interesaban, el apego seguro, la alimentación, la comunicación, el juego…

Llegó un momento en que tenía la cabeza a punto de estallar, un maremagnum de ideas dando vueltas, algunas opuestas. Con esto sólo conseguí bloquearme y no saber por donde salir o a qué prestar atención. La crianza ya estaba aquí y requería mucho tiempo y dedicación y la inseguridad propia de estos primeros momentos unida a la inseguridad creada por tanta documentación me hicieron pasar una época difícil.

Buscar recetas para saber qué hacer en cualquier momento sólo era una respuesta para compensar mi inseguridad. Pensar en poder aplicar normas generales a los niños es muy frustrante porque independientemente de que haya cosas comunes entendiéndose en cada contexto, cada niño es un ser único, no hay otra persona igual.

Y comprendí que así es como debemos tratarlos: como seres únicos, como una expresión de vida original.

Cuando nuestra mirada viene de ahí es más comprensiva, deja de comparar, te permite comunicarte con su ser más esencial. Y si ellos son únicos, cada uno de nosotros también lo somos, dignos de amor y susceptibles de ser vistos tal y como somos en nuestra singularidad desde nuestro ser profundo.

Buscar recetas para saber qué hacer en cualquier momento sólo era una respuesta para compensar mi inseguridad.

Respetar lo que somos, amarnos incondicionalmente, aceptar nuestras luces y sombras, vivir presentes y conscientes el mayor tiempo posible, caminar con esa actitud filosófica de ser cada día más reales es la clave para que nuestros hijos puedan desarrollarse de una forma sana, siendo respetados y comprendidos como los seres únicos que son y puedan desarrollarse del mismo modo.

Al final, siempre la respuesta está dentro de una mismo:

Vive y quiérete , sé tú mismo y deja que tu ser se exprese y esto mismo será lo que tus hijos aprenderán a hacer.

Aprende a gestionar tus emociones, reconcíliate con tus heridas y siente tus vacíos.

Muéstrate tal cual eres en tu vulnerabilidad, no construyas máscaras y muros para protegerte. Porque si haces eso no dejarás que te vean ni que sepan quien eres.

Apuesta por dar lo mejor de ti en cada momento, siente tus emociones todas, no hay buenas y malas todas deben salir, ser expresadas.

Juega con ellos, abrázalos, cuéntales lo que piensas lo que sientes, dales confianza y espacio para ser independientes de ti, prepara la pista de despegue, ayúdales a que consigan todo lo que necesitan para volar.. y ¡déjales que vuelen! A estas alturas ya sabrán que estarás  ahí dandoles tu amor incondicionalmente siempre, no hará falta más .

Al final, siempre la respuesta está dentro de uno mismo: vive y quiérete , sé tú mismo y deja que tu ser se exprese y esto mismo será lo que tus hijos aprenderán a hacer.

Estas son algunas de las reflexiones que he desarrollado en este tiempo de crianza, intento integrarlas en mi día a día pero no siempre lo consigo, trato de no juzgarme por ello sólo mirarme  y aceptarme humanamente imperfecta.

Me encantaria conocer las vuestras intuiciones y aprendizajes, es un camino tan personal y experiencial el de la crianza que todas las voces aportan conocimientos valiosos. Os animo a que  compartáis las vuestras en los comentarios  o a través del contacto. ¡¡Gracias!!

Mi carta de gratitud

Carta de gratitud de Raquel Díaz

«Gracias a la maternidad y al aprendizaje que estoy viviendo con ella, siento que después de muchos desencuentros he podido reencontrarme conmigo misma, con la niña que llevo dentro; con sus dolores y sus pasiones.

Está siendo un viaje intenso con paradas por lugares oscuros por donde no suelo querer habitar. Este paseo me ha enseñado que nada hay que temer, que ver lo que hay, que sentir lo que está, sólo puede traerme de regreso a mi propia vida.»

Experimentar la  gratitud puede ser una tarea difícil. A menudo estamos enganchados a la queja y el agradecimiento no tiene mucha cabida. La queja es absorbente y lo quiere todo para sí; nos envuelve y nos hace perder el rumbo. Sentarse a escribir una carta de agradecimiento puede ser un forma sencilla de conectar con esa gratitud.

Me dí cuenta que si me entregaba al agradecimiento iba a tener que abandonar la queja y eso me causaba cierto disgusto.

Cuando me propusieron hacer este ejercicio, fueron muchas las veces que me senté frente a un papel en blanco sin saber cómo empezar. Pensaba: ¿qué ocurre? ¿no tengo nada que agradecer? Siento que tengo muchas cosas en mi vida que me hacen sentir bien pero no soy capaz  de sacarlo.

Me dí cuenta que si me entregaba al agradecimiento iba a tener que abandonar la queja y eso me causaba cierto disgusto. Instalada en  la queja me sentía mal pero estaba cómoda. Noté el enfado y la ira envueltas en mi cabeza. La queja me proyectaba a exigencias futuras mientras la gratitud me conecta con el presente.

Un buen día me senté y de repente empecé a escribir el fragmento que os comparto al inicio de este post. Fue el comienzo, poco a poco fueron cayendo palabras en el folio y quedó completo por las dos caras.

Después decidí leer lo que había escrito en voz alta y sentí que la gratitud se había abierto paso y me había traído una apertura mental, una visión más objetiva y real de mí misma y de mi circunstancia.

Agradecer me lleva a un ejercicio de vulnerabilidad y honestidad conmigo misma.  La gratitud sincera tiene efectos curativos.

Agradecer me conecta conmigo misma y me centra. Agradecer abre la puerta a la aceptación y el amor. Agradecer me lleva a un ejercicio de vulnerabilidad y honestidad conmigo misma muy intenso. Agradecer me abre los ojos a la realidad, me da fuerza y me hace sentir paz y completud.

Si en algún momento os descubrís enganchados a la queja, notáis que perdéis la objetividad y no sois capaces de ver nada bueno en vuestra vida, os propongo realizar este ejercicio: tratad de escribir una carta de gratitud. Elegid el destinatario que deseéis, incluso una misma puede ser un buen destinatario, y después leedlo en alto. La gratitud sincera tiene efectos curativos.

Y a ti, ¿a quién te gustaría escribir una carta de gratitud?